No quiero terminar el año sin hablaros de un puñado de películas que por un motivo u otro me han quedado en el tintero y creo que merecen ser reseñadas. A la espera de poder volver a esta burbuja de realidad paralela que es el Festival de cine de Sitges, redacto este último escrito. Ya os adelanto que incluye algunas de las mejores y peores películas que he visto.
Por motivos obvios, hay que destacar que esta edición del festival asistimos a un suceso paranormal que está siendo objeto de estudio y es que el fantástico español ha pisado fuerte.
Tenía cargos de conciencia por no haber visto la aclamada “El hoyo”. Que haya sido la gran triunfadora y además haya obtenido el premio del público, probablemente signifique algo. Así que me he esperado a visionarla antes de escribir esta última crónica, para así poder incluir mi opinión sobre ella.
The lodge (Reino Unido, Estados Unidos) de Severin Fiala y Veronika Franz
Es difícil sorprenderse cuando uno esta acostumbrado a ver cine de terror. Es habitual que un título te remita a otro e intuir fácilmente lo que va a suceder. Cuando lo inesperado se une a la calidad, como es en el caso de “The lodge”, esto es digno de elogio. Sin duda es una de mis películas favoritas de este Sitges 2019.
Esta fábula para adultos es oscura, opresiva, perturbadora e inquietante, con capacidad de emocionarnos y hacernos un nudo en la garganta cuando hace falta. Además sabe jugar con elementos psicológicos que llevan la trama a lugares escalofriantes. Es un drama familiar de corte intimista, donde el horror y los traumas van de la mano hacia un fatal desenlace. “The lodge” nos plantea de un modo muy inocente, a través de la mirada infantil, la pesada losa que dejan las sectas. Se centra en el punto de vista de los niños, transmitiéndonos la angustia e incomprensión que sufren tras una horrible tragedia.
Un adolescente y su hermana pequeña, deberán adaptarse a una nueva situación familiar, a la vez que estarán obligados a pasar las navidades con su padre y la novia de éste, única superviviente de una secta ultra cristiana que cometió un suicidio masivo. La joven esta dispuesta a ganarse el aprecio de los hijos de su pareja, pero ellos no la aceptan. Cuando se vean obligados a convivir y a pasar unos días a solas en una cabaña aislados en la nieve, el cruel rechazo hacia ella, las tensiones y traumas del pasado, empezarán a tejer una oscura e inquietante atmósfera. En este tenso y enfermizo relato con niños de por medio, veremos a los protagonistas desmoronándose mientras afloran sus temores más ocultos. El entorno nevado favorece a la percepción de frialdad en la relación entre ellos y hábilmente nos atrapa con tensión en su telaraña.
Suicide tourist (Dinamarca, Alemania, Noruega, Suecia, Francia) de Jonas Alexander Arnby
Nikolaj Coster-Waldau, o lo que es lo mismo, el Matarreyes de «Juego de tronos», ha sido el actor más mediático de esta edición del festival. Aunque su personaje en “Suicide Tourist” es todo lo opuesto al glamour que uno pueda imaginarse de un Lannister.
Se ha encarnado en la piel de un vendedor de seguros, cuya vida se ha hundido al diagnosticarle un tumor cerebral. Con temor a ir desapareciendo poco a poco y convertirse en alguien desconocido para los demás, decide tomar el control de lo único que aun puede controlar, es decir su muerte. Tras varios intentos fallidos de suicidio, con la idea de evitar la agonía de la enfermedad y sobre todo por miedo a que su esposa le deje de querer, decide alojarse al Hotel Aurora, un centro dedicado a proporcionar suicidios asistidos a la carta. Los recuerdos y el amor hacia su mujer hacen que continuamente le entren dudas sobre su decisión.
Me ha parecido una de las propuestas más frescas y diferentes de la presente edición. “Suicide tourist” es una oda a la vida y a la muerte, que sorprende por su profundidad des del minuto uno. Esta sobrecogedora historia te atrapa de principio a fin, con un desarrollo argumental profundo y depresivo que causa escalofríos. Un drama demoledoramente amargo donde la solitud y la sensación de desamparo emocional del protagonista es vital, encogiéndonos poco a poco el corazón. Plantea profundas cuestiones y lo hace con frialdad, explorando el dilema moral hasta sus consecuencias más límite. Haciéndonos un nudo en la garganta nos obliga a reflexionar sobre la eutanasia y cómo o cuando se puede decidir. Llega a ser fascinante perderse en este universo de soledad que destaca por su bella fotografía hipnótica y melancólica.
Dark encounter (Reino Unido) de Carl Strathie
Cuando se cumple un año de la misteriosa desaparición de una niña de 8 años, aparecen unas extrañas luces en la oscuridad de la noche. La familia está aterrorizada al sentirse acosada por visitantes de otro mundo. ¿Puede que tengan algo que ver con la desaparición de la niña?
He estado dudando si reseñar o no “Dark encounter”. Finalmente me he decantado por escribir unas líneas, no tanto por sus cualidades artísticas sino más bien por todo lo contrario. Esta historia de abducciones extraterrestres, es de esas cuya sinopsis resulta mucho más interesante que la propia película.
Para ser justos, la trama incluso tiene un punto intriga, más de lo que parece, pero menos de lo que debería. El resto es aburrimiento, indiferencia y bostezos.
La película es más sosa que la sopa de ajo sin sal. Le falta emoción y le sobra mucho metraje. El ritmo dramático de “Dark encounter” es lento, desesperadamente lento, y las secuencias de terror se dan con cuentagotas.
El goteo de gente huyendo de la proyección era constante. Aunque no acostumbro a abandonar una película a medias, la verdad es que estuve tentado, pues me resultó una película insufriblemente tediosa. Pero aguante la tortura hasta el final. No se sostiene por culpa del desconcertante desarrollo de la historia en cámara súper lenta, con escenas alargadas hasta la extenuación mediante slow motion. Imagino que la intención era transmitir al espectador la sensación de agobio y desesperación que la familia siente, pero ese ritmo absurdamente lento lo único que consigue es crisparte los nervios.
Lo curioso es que, si hubiera sido rodado como un cortometraje de veinte minutos, o un episodio de “La dimensión desconocida”, hasta podría funcionar. Pues el singular punto de partida con referencias a “Encuentros en la tercera fase” (1977) e influencias de “Interstelar” (2014), tiene cierto encanto y ofrece un sinfín de posibilidades.
Crímenes imposibles (Argentina) de Hernán Findling
A falta de un inicio traumático, “Crímenes imposibles” arranca con dos. El protagonista es un escritor, que ya en la primera escena de la película sufre la perdida de su joven hermana por culpa del cáncer. Apenas unos minutos después vemos un salto temporal donde tiene un accidente de trafico en el que fallecen su mujer y su hijo.
A partir de la muerte de su familia, nos lo encontramos convertido en un detective solitario y atormentado que se dedica a investigar crímenes, para exorcizar sus propios demonios. Se sumerge en la investigación de una serie de asesinatos, sobre los que no hay pistas y que en principio no tienen la más mínima lógica. Hasta que una monja se presenta en la comisaría diciendo que cree ser la responsable y proporciona datos que sólo alguien que hubiera estado presente en los crímenes podría tener.
No existe nada peor que hacerse una idea preestablecida únicamente por un titulo y una sinopsis. Así que partiendo de la idea que ir a ver esta película teniendo en mente a “Seven” (1995) es fracasar estrepitosamente. “Crímenes imposibles“ es un curioso thriller melodramático, con elementos de suspenso y terror religioso de lo más absurdo e inverosímil. Plantea algunos misterios y enigmas inquietantes, pero peca de cierta lentitud y su narración es demasiado caótica, bordeando el ridículo, aunque por puro milagro no cae en él. No está mal, pero no es ni de lejos, lo que me esperaba.
Le daim (Francia) de Quentin Dupieux
Las películas de Quentin Dupieux son siempre rarezas extravagantes que rompen con todas las normas. No es un director para todos los gustos, pero aquellos quienes disfruten del humor negro surrealista lo pasarán en grande. De él solo cabe esperar lo inesperado, tal y como pudimos comprobar con “Rubber” (2010) un delirio sobre un neumático asesino.
«Le daim» es una historia igual de surrealista que sus anteriores películas, pero tratada de una forma seria. Nos relata la historia de un hombre cincuentón en proceso de separación que, un día como otro cualquiera, abandona su hogar y se gasta todos sus ahorros en la chaqueta de sus sueños que, por cierto, es 100% de piel de ciervo. El vendedor, alucinando con lo que se ha gastado, le obsequia con una antigua cámara digital.
Arruinado, se instala en un hostal en un pueblo en medio de la nada, donde conoce a una camarera aficionada al montaje cinematográfico que le cuenta que una vez montó “Pulp fiction” de forma cronológica y se dio cuenta de que la película así era una mierda. A partir de aquí, decide que él es director de cine. Grabará una película y ella se encargará del montaje.
Egocéntrico y narcisista, se limita a pasar los días admirándose de lo bien que le queda su chaqueta al estilo Buffalo Bill, mientras lo documenta con su videocámara. Establece una especial relación con su nueva cazadora hasta el punto de que esta comienza a hablarle. Ella le dice querer ser la única chaqueta del mundo, lo que coincide con su deseo de ser el único portador de una. Cámara en mano, se embarcará en una misión vital para lograr que su cazadora sea la única.
Al ver esta cautivadora película, uno tiene la sensación de que quizás Quentin Dupieux nos está hablando de sí mismo. De cómo él empezó a hacer cine y casi sin darse cuenta descubrió que la gente veía en sus películas mensajes profundos en los que ni siquiera se había parado a pensar.
I trapped the devil (Estados Unidos) de Josh Lobo
Cómo dijo el poeta francés Charles Baudelaire, «El mayor truco que el diablo jamás hizo, fue convencer al mundo de que no existía».
Me viene a la mente un episodio de la mítica “La dimensión desconocida”, en la que una noche de tormenta un señor encuentra refugio en un monasterio, en el que unos monjes tienen encarcelado a un hombre afirmando que se trata del mismísimo diablo. Nos plantea el dilema de a quién creer; si al hombre que le pide ayuda o a los monjes que le retienen.
“I trapped the devil” juega con la misma idea, pero con un toque navideño. Nos muestra una desafortunada reunión familiar, en la que una pareja se presenta sin previo aviso en casa del hermano de él, para pasar juntos la Navidad. Este con actitud tensa, les dice que no pueden estar allí y les confiesa que en el sótano tiene encerrado al diablo.
Lástima que todo se queda en una interesante premisa, pues a partir de aquí la originalidad brilla por su ausencia. La trama no termina de arrancar, esclava de una idea que no logra desarrollar más allá, ni siquiera en su esperado desenlace.
Lo más destacable es su perturbadora atmosfera, generada por un desconcertante uso de las luces de colores, que hace que en ningún momento nos olvidemos de que estamos en Navidad.
Les particules (Francia, Suiza) de Blaise Harrison
Grandísima decepción esta producción francesa, que retrata la vida de unos adolescentes que viven en un pueblo, en los Alpes suizos donde está el acelerador de partículas más grande del mundo. En teoría se adentra en el día a día de estos chicos, mostrándonos su desgana propia de la edad, mientras el acelerador de partículas empieza a interferir en sus vidas, causando cambios que a priori a penas se aprecian. Cuando la cosa debería empezar a ponerse inquietante, el punto de fuga de lo insólito o sencillamente inexplicable, resulta un completo aburrimiento.
Es un pretencioso drama intelectual que quiere darle trascendencia a un relato vacío y distante de nulo interés. Al final te queda la sensación de que no conduce a ninguna parte, y que “Les particules” están desintegrando nuestra mente. Sinceramente, nunca había visto desertar tanta gente de una proyección de cine.
Zombi child (Francia) de Bertrand Bonello
Esta película francesa nos plantea un acercamiento realista a la temática zombie, remontándose a los orígenes haitianos, con la esclavitud y la libertad como trasfondo.
“Zombi child” recupera el imaginario de “Yo anduve con un zombie” (1943) en el que se transforman a los vivos en aparentes muertos, regresando así a las raíces de un género que se transfiguró con “La noche de los muertos vivientes” (1968).
Empieza en Haití, mostrándonos a un pobre desgraciado al que le quitan la vida de forma simbólica para posteriormente devolvérsela, siendo condenado a ser explotado como sonámbulo en una plantación de caña de azúcar.
Luego, la película salta bruscamente hasta la actualidad, en un internado femenino a las afueras de París, donde estudian un grupo de adolescentes, hijas de diplomáticos y aristócratas. A estas quinceañeras se les suma una chica de origen haitiano a la que todas consideran un poco rara.
“Zombi child” nos incita a buscar los puntos de conexión entre dos tramas que discurren en paralelo; entre el Haití de los años sesenta, y la Francia actual, en la que retumban los fantasmas del pasado colonialista. Es un drama de tono poético, que acaba resultando algo tedioso y aburrido, ya que salvo en contadas ocasiones, el terror queda más reservado a la idea que a lo que vemos realmente.
The room (Francia, Luxemburgo, Bélgica) de Christian Volckman
“The room” cuenta la historia de una joven pareja que, tras mudarse a su nueva casa, descubre una fascinante habitación secreta que tiene el poder de materializar todo lo que deseen. Tal y como haríamos la mayoría, la pareja pide todo lo que le pasa por la cabeza en una orgía materialista y consumista. El instinto maternal de la protagonista da un paso adelante y decide pedir un hijo, hecho que a pesar de la felicidad inicial conllevará consecuencias imprevistas.
La película juega con la paradoja de que se te cumplan todos tus deseos, y aun así no ser feliz. Este thriller sobrenatural se basa en un idea simple pero efectiva, que se va enrevesando a medida que evoluciona la historia. Sin embargo, esta mezcla de ciencia ficción y terror psicológico no acaba de aprovechar todo su potencial. No es todo lo convincente que cabría esperar, aunque tiene algunos momentos puntuales de lo más escalofriantes.
“The room”, al igual que muchas otras películas del festival, podía haber sido un capítulo de “La dimensión desconocida”. Por cierto, no confundir con “The room” (2003), el desastroso drama convertido en comedia involuntaria que, de tan malo se ha consolidado como fenómeno de culto del cine trash a nivel mundial.
La jauría (España) de Carlos Martín Ferrera
«La jauría» es un thriller minimalista que, al igual que «4×4», se desarrolla en el interior de un vehículo.
En este modesto derivado de “Saw” (2004), cuatro desconocidos se despiertan encadenados en el interior de un coche en medio de un bosque. Visten el mismo traje pero no se conocen entre ellos, ni saben por qué están ahí encerrados.
Aunque tiene algún que otro detalle que chirría y no acaba de encajar, resulta bastante entretenido ver como estos individuos intentan resolver el rompecabezas.
Me da la sensación de que habría funcionado mucho mejor como cortometraje. «La jauría» se deja ver con la misma facilidad con la que seguramente la vas a olvidar.
Mutant Blast (Portugal) de Fernando Alle
Ya va siendo hora de hablar de “Mutant Blast”, una película gamberra de Serie Z producida por la Troma.
Comparte el humor grotesco y el espíritu punk característico de las dos grandes sagas de la legendaria productora de Lloyd Kaufman: “El Vengador Tóxico” (1984) y “Mutantes en la universidad” (1986).
En un futuro cercano, en el que el ejército está experimentando con humanos para crear súper soldados, se desata de modo accidental un apocalipsis zombie. Además, si esto fuera poco surgen complicaciones por los inesperados efectos secundarios del lanzamiento de bombas nucleares. Dando paso a situaciones absurdas y mutaciones extravagantes de todo tipo en los sobrevivientes. A uno le saldrán orejas extras, otro vera cómo una de sus manos se convierte en rata e incluso conoceremos a una langosta erudita que odia a los delfines.
“Mutant Blast” es pura diversión llena de humor negro y gore. Un placer culpable, en el que la mutación es solo el comienzo. ¿Hace falta decir más?
Vivarium (Irlanda, Bélgica, Dinamarca) de Lorcan Finnegan
Este año he tenido la sensación constante de estar viendo historias que podrían encajar perfectamente como episodios de “La dimensión desconocida”.
A “Dark encounter”, “I trapped the devil” y «The room”, le podemos sumar la inclasificable “Vivarium”, que además tiene en común una cierta sensación de desesperanza.
La premisa de “Vivarium” es muy básica. Una joven pareja que se plantea comprar una vivienda entra a una inmobiliaria donde les recibe un peculiar agente de ventas, que les acompaña a visitar una casa piloto en una urbanización de ensueño. Después de la visita, la pareja se encontrará atrapada en un laberíntico e interminable barrio residencial de casas idénticas, en el que solo viven ellos, causando una sensación realmente claustrofóbica.
El mensaje es claro y no trata de ocultarlo. Es una metáfora sobre el vacío existencial del modo de vida actual, que difícilmente te dejará indiferente. Seguramente no pasará a la historia como una gran película, pero funciona por pura inercia.
Color out of space (Estados Unidos) de Richard Stanley
Sinceramente, era bastante escéptico respecto el regreso de Richard Stanley (“Hardware: programado para matar”, 1990), apartado de la dirección cinematográfica tras ser despedido del rodaje de “La isla del Dr. Moreau” (1996).
La película toma como base uno de los relatos más emblemáticos de H.P. Lovecraft, cuyo título hace referencia al color de una entidad extraterrestre, de un tono que no se corresponde con ninguno que se conozca en la tierra. Según palabras del propio autor, “El color que cayó del espacio” era su relato preferido entre todos sus cuentos de terror.
Este relato ha sido llevado al cine en varias ocasiones, la primera vez fue “El monstruo del terror” (1965) protagonizada por Boris Karloff. Aunque la mejor adaptación hasta la fecha, pese a no ser oficial, es “Granja maldita” (1987), que sin pretenderlo es la que más ha sabido captar la esencia del relato original. Además tiene unos efectos especiales espectaculares supervisados nada más y nada menos que por Lucio Fulci. Una película que plasma el mal rollo de Lovecraft en estado puro. Es una pena que con el paso del tiempo no haya recibido la consideración que se merece.
“Color out of space” (2019), sin ser una gran película, es una buena excusa para recuperar a uno de los grandes de la literatura de terror. Todos los que conocemos y disfrutamos la peculiar obra de H.P Lovecraft somos consientes que es muy difícil adaptarla al cine, por su complejidad narrativa y valoramos el esfuerzo que esto representa. En esta ocasión la trama se centra en una familia que se muda a una granja con intención de criar alpacas. Todo va bien, hasta que un meteorito cae en su jardín, liberando una extraña luz que convierte la tranquila vida rural de la familia en una pesadilla alucinógena de color fucsia. Poco a poco, ese color irá afectando al entorno que les rodea, mutándolo en algo extraño y amenazador, haciendo estragos no solo en las plantas y animales, sino también en el carácter de la familia.
El padre es interpretado por Nicolas Cage, que una vez más nos ofrece una actuación desquiciada, aunque sin llegar a los niveles de “Mandy” (2018).
El hoyo (España) de Galder Gaztelu-Urrutia
Acabamos con la ganadora de esta edición. «El hoyo» es una efectiva metáfora sobre el egoísmo y las desigualdades sociales.
En ella vemos una especie de prisión con cientos de niveles, en cada uno de los cuales solo habitan dos personas. Arriba, los más afortunados y abajo, los menos. Una vez al día desciende una plataforma con las sobras de una suculenta comida que han disfrutado los individuos de las plantas superiores. Cada uno puede servirse lo que quiera, la cuestión es, ¿habrá para todos?
Si bien yo no soy tan entusiasta con “El hoyo” como lo es el festival de Sitges, reconozco que es una película interesante, que merece ser vista. No obstante el final me ha dejado un sabor agridulce y la sensación de que podría haber sido mucho más.
¡Ah! Quitaros de la cabeza “Cube” (1997). Pues más allá del paralelismo existencial que supone el encierro en un espacio claustrofóbico, poco tiene que ver una película con la otra.
Con esta última recopilación de películas doy por concluida mi cobertura del Festival de cine de Sitges de este año. Una edición marcada por la atmósfera postapocalíptica de «Mad Max», aunque rugió con menos intensidad de la esperada. Una edición que a priori no contenía títulos tan llamativos como los de los últimos años. Pero desglosando hemos encontrando interesantes sorpresas como “El hoyo”, “Suicide tourist”, “Le daim”, “The Lodge” y la colombiana “Luz”, que por cierto entrevisté a su director. Verlo todo es imposible, así que confeccioné mi selección de películas, cruzando los dedos, guiándome por el instinto y por cuestiones de horarios y de agenda. No obstante me quede con ganas de ver algunas películas como la española “El hoyo” o “¿Dónde está mi cuerpo?”, un film de animación francés sobre una mano amputada que busca a su dueño.
Afortunadamente, este festival está lleno de sorpresas y pudimos disfrutar de la desgarradora música de los films de Jörg Buttgereit, interpretada por su compositor Hermann Kopp. Por si eso fuera poco pudimos conocer en persona al mítico Charles Band. Hemos podido asistir a numerosas ruedas de prensa, visionar decenas de películas de actualidad que he dividido entre esta crónica y la anterior, al igual que pudimos ver algunas rarezas incomprendidas como “Tammy y el T-Rex”, mientras nos alimentábamos con una dieta a base de cafeína. Aún hay mil cosas más de las que os podría hablar, como por ejemplo que asistí a la masterclass del icono del punk rock Glenn Danzig, director de la infame “Verotika”, que muy narcisista y orgulloso de su obra, dio a entender que en su proyección la gente reía cuando no tocaba.
Aunque no pude visionar “En la hierba alta” si pude conocer a Patrick Wilson (actor de la saga «Expediente Warren») que recibió el premio “Màquina del temps” e incluso pude desconectar tomándome una cerveza con Vincenzo Natali quien sorprendió a todos con su opera prima “Cube” (1997). Pero lo dejaremos aquí y comenzaremos la cuenta atrás para el festival del año que viene en el que regresaremos con la pupilas llenas de cine.