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Sitges 2020. Crónica de un festival atípico

Sitges 2020

No hace tanto, habríamos dicho que la situación por la que estamos pasando es pura ciencia ficción. Sin ir más lejos, el año pasado quién se iba a imaginar que esta edición del Festival de Sitges se celebraría en un escenario apocalíptico, en medio de una pandemia mundial.

Tristemente, este año se ha dado la paradoja que es más terrible la realidad que la ficción, pero el festival ha estado a la altura de las circunstancias adaptándose continuamente ante los desconcertantes acontecimientos. Admito que tuve ciertas dudas sobre si asistir o no este año, no solo por el miedo al posible contagio, sino por la incomodidad que supone tener que llevar la mascarilla puesta en todo momento y en todo lugar, pero teníamos que demostrar que la cultura es segura.

Tal y como era de esperar, esta extraña y complicada edición ha sido muy diferente a las anteriores.

Para empezar, se ha desarrollado con aforo reducido, compaginando por primera vez el formato presencial con una plataforma online.

Además del uso obligatorio del gel hidroalcohólico y de la mascarilla, también ha habido que renunciar a ciertas cosas, como por ejemplo, a la sala de prensa donde solíamos realizar las anotaciones para nuestros artículos mientras descansábamos tomándonos un café. Asimismo la pandemia ha privado a Sitges de su habitual desfile de invitados internacionales y se han reducido la cantidad de proyecciones para poder desinfectar las salas, entre sesión y sesión, cumpliendo así el protocolo anunciado por el festival.

Este año la pandemia también se ha llevado por delante la tradicional zombie walk, sin embargo, los muertos vivientes han estado presentes en espíritu, siendo «Malnazidos» la película elegida para inaugurar el festival. Más allá de ser una película de zombies ubicada en la guerra civil española, se puede leer como una sátira política, donde gente de ideologías muy distintas tiene que unir sus fuerzas ante un enemigo común. Obviamente, es una comedia idónea para Sitges aunque se echa en falta un poco más de sangre y casquería.

A pesar de tratarse del Festival de Sitges más kafkiano que nos ha tocado vivir y de la atmósfera enfermiza que se percibía, ha satisfecho nuestras ganas de pasar un buen mal rato con una programación variada y llena de sorpresas, algunas de ellas muy deleitables.

Este año el cartel se ha nutrido especialmente de películas españolas, junto a la mencionada «Malnazidos» cabe destacar «La vampira de Barcelona» con una puesta en escena que recuerda ligeramente al expresionismo alemán. Algo muy oportuno ya que el festival se celebra bajo la atenta mirada del Dr. Caligari, cuyo estilo se homenajea en el cartel de este año.

Empezaré destacando algunas películas con las que es inevitable establecer paralelismos con la cruda realidad que estamos viviendo.

Un buen ejemplo es la agobiante y claustrofóbica «Tin can», que nos muestra una humanidad confinada mientras los científicos buscan la cura a una grave pandemia causada por hongos.

Otro ejemplo que encaja muy bien con los tiempos que corren, es la lovecraftiana «Sea fever», en la que un barco pesquero se salta las indicaciones de los guardacostas y decide navegar por una zona restringida, donde es atacado por un extraño ser. La tripulación es contagiada por unos parásitos que irán acabando con sus vidas uno a uno. Se irán enfrentando entre ellos, mientras intentan descubrir quienes están sanos, haciéndonos debatir sobre las consecuencias de hacer o no cuarentena y la responsabilidad que tenemos individualmente con la sociedad.

Finalmente desde un punto de vista más filosófico podemos mencionar a «She dies tomorrow», que parte de una idea muy interesante, ¿Y si obsesionarse con la muerte fuera contagioso y esta pudiese propagarse como si fuera una histeria colectiva? No tengo claro si se trata de una reflexión sobre la muerte o sobre la desorientación existencial, pero lo que no tengo ninguna duda es que estuve deseando morirme durante toda la proyección. Esta propuesta no solo peca de pretenciosa, tediosa y aburrida, sino que para mi ha sido la película más insufrible que he visto en todo el festival.

A aquellos a los que les gustan las películas que se cuecen a fuego lento, les recomiendo «My heart can’t beat unless you tell it to», un amargo y áspero drama familiar que retuerce el mito del vampirismo desde el punto de vista de la enfermedad.

Otra película que guarda una estrecha relación con esta linea dramática tan marcada es «Saint Maud». Un perturbador retrato del fanatismo religioso, en el que una joven enfermera de cuidados paliativos se empeña en salvar el alma de su paciente.

Seguimos con los dramas con tintes de terror, y hacemos una mirada hacia el mundo rural y nos encontramos con «La Nuée» donde una madre soltera, para salvar su granja, cría saltamontes que alimenta con su propia sangre. Una dura crítica a la obsesión, que nos impone el capitalismo, para obtener dinero.

Determinadas películas tienen varias lecturas como es el caso de «Wendy» que se puede interpretar tanto a nivel literal como de un modo alegórico. Esta cruda y melancólica reinterpretación de Peter Pan, habla de la perdida de la inocencia, de la frustración de convertirse en adulto y ver que los sueños no se cumplen. Cuando termina te deja con una sensación extraña, como un vacío en el cuerpo.

Hubo dos películas que me emocionaron especialmente. Se trata de «Jumbo» y de “Rent-a–pal», dos rarezas que tratan desde puntos de vista muy opuestos el tema del amor y el sufrimiento que a menudo conlleva. Quién me iba a decir a mi que la película que más me iba a gustar este año del festival, sería una película romántica, que no tiene nada que ver con el género de terror. He caído rendido ante “Jumbo” una emotiva historia de amor entre una chica y una atracción de feria. No se trata de una comedia absurda, sino de un drama serio de amor incomprendido con un enfoque cautivador y poético.

La joya oculta de esta edición ha sido “Rent-a–pal», una de las películas más extrañas y fascinantes que he visto en mucho tiempo. Este drama profundiza en conceptos tan complejos como la búsqueda del amor y la soledad, usando el VHS como motor de conexión entre las personas.

En este punto es imprescindible destacar la surrealista «Mandibules», otra obra que trasciende lo convencional y que se convirtió desde el principio en una de las arterias del festival. Quentin Dupieux, autor de grandes rarezas como «Rubber» (2010) o «Le Daim» (2019), esta vez nos presenta a un par de colegas con pocas luces, que intentan entrenar a su nueva mascota, que es ni más ni menos que una mosca del tamaño de un perro.

Junto a ellas, ha brillado por encima de la media «Petit vampire», una película de animación tierna y adorable, ideal para iniciar a los niños en el universo vampírico.

No sería justo olvidarme de «12 hour shift», una ingeniosa comedia de enredos de humor muy negro, que sembra el caos en el turno de noche de un hospital.

Lógicamente en el menú de Sitges nunca pueden faltar películas de terror propiamente dichas, como es el caso de «Post mortem», que trata sobre un fotógrafo de cadáveres que se ve envuelto en una trama de fantasmas en un pueblecito de Hungría.

Es en este apartado cuando por fin nos toparemos con un buen derramamiento de sangre con la ultraviolenta “Becky”, una home invasión inusual con el que descubriremos que la rabia contenida de una adolescente de trece años puede ser más cruel que un grupo de presos neonazis fugados de la cárcel, y “Kandisha” algo así como la versión femenina de “Candyman” (1992) que proporciona muy buenos momentos sangrientos en su tramo final.

Aunque para perversos los sociopatas de «Tailgate», “Cosmogonie” y “The Stylist”, cada uno con sus singularidades.

Dentro de esas películas cargadas de hemoglobina, con buena explosión de gore y violencia, mis favoritas han sido «Vicious fan» con su peculiar terapia para asesinos en serie y «Spare parts», donde una banda de chicas punk, sufren un accidente después de un concierto y al despertar descubren que les han amputado un brazo e implantado un arma para que luchen a muerte en una arena de gladiadores.

Consciente que abarcar en esta crónica todo lo que ha dado de si el festival es un acto suicida, culminaré este texto hablando de su clausura.

Después de muchas películas, cafés y emociones, cuando el festival llegaba a su recta final con la entrega del premio a toda una carrera al maestro David Lynch, llegaron las nuevas restricciones que lamentablemente tumbaron algunas proyecciones, entre ellas algunas sesiones nocturnas de toque gamberro que, como buen fan de la Serie B, me había reservado para rematar el Festival por todo lo alto.

Con mucho dolor dejé por el camino obras inclasificables, de calidad incontestable, como «Psycho goreman», «The mortuary collection» y «Slaxx» con unos pantalones asesinos de por medio.

Para quitarnos ese mal sabor de boca y levantarnos la moral en estos tiempos tan complejos, nada mejor para despedir el Festival de Sitges que una buena dosis de carcajadas con el gore gamberro de «Spookies» (1986), rematado con «Este cuerpo me sienta de muerte» («Freaky»), el clásico intercambio de cuerpos en versión slasher, que por cierto, funciona sorprendentemente bien.

En fin, eso y mucho más se pudo ver y disfrutar en esta edición tan compleja, pero no por ello menos interesante.

Jordi Izquierdo Olivé

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