El año pasado había escrito sus memorias, ‘Cuando las luces se apagan’
Jacinto Molina Álvarez, más conocido por su sobrenombre artístico de Paul Naschy fue el director y actor que mejor supo encarnar el mito del hombre lobo en el cine español, el personaje en el que se inspiró Ridley Scott antes de dirigir Gladiator, el amigo de Quentin Tarantino, el madrileño que paseaba por el centro de su ciudad con su inseparable gorra marinera de visera, falleció esta mañana, tras una larga enfermedad, en la capital que le había visto nacer hace 75 años, el 6 de septiembre de 1934.

Uno de sus últimos trabajos fue el volumen autobiográfico «Cuando las luces se apagan», que publicó las navidades pasadas en la colección Memoria de la Escena Española, de la Fundación AISGE.
Le contemplaban un centenar largo de películas y más de 60 galardones nacionales e internacionales. Creó al mítico personaje de Waldemar Daninsky, un trasunto de sí mismo.
Fué el protagonista de La maldición de la bestia, La noche de Walpurgis, Los monstruos del terror, El gran amor del Conde Drácula, La herencia Waldemar o Los cántabros (el largometraje que visionó Scott antes de ponerse a rodar su peplum). Dejó registradas más de 90 obras cinematográficas y televisivas. Durante 2008 participó en los talleres de creación literaria, dirigidos por Amparo Climent y Juan Jesús Valverde, de los que salen las autobiografías de la colección Memoria de la Escena Española.
Su volumen contaba con prólogo del poeta y ex secretario de Estado de Cultura Luis Alberto Cuenca, mientras que del epílogo se encargó Quentin Tarantino, el director de Reservoir dogs o Pulp fiction, rendido admirador de la figura de Naschy.
“Paul se ha ganado su puesto en la historia del cine fantástico, al lado de Poe, King, Karloff, Lugosi, Lovecraft, Stoker o Doyle”, escribió el cineasta estadounidense. Le había descubierto a partir de La marca del hombre lobo, una cinta de 1969. “Aquel delirio no respetaba nada y lo respetaba todo, me produjo auténtico desasosiego. No sé las veces que la visioné: tenía magia, erotismo, belleza formal y un licántropo cuyo salvajismo y tormentosa personalidad le hacían mítico nada más nacer”.

Jacinto Molina se sabía ya débil de salud a la hora de afrontar la escritura de un testamento literario de título tan explícito como Cuando las luces se apagan. “Asumo el comienzo del final”, anotó en el último capítulo del libro. “Los escalones que me faltan los estoy subiendo con optimismo, por muy empinada que esté la escalera (…). Mi aportación a la historia de nuestro cine puede que haya sido pequeña… pero existe. Me despido con la conciencia tranquila después de haber luchado en esta especie de jungla que es el mundo del cine. No me importa irme en silencio. Me quiero ir como llegué, de puntillas”.
Naschy había comenzado los estudios de Ingeniero Agrónomo, terminó Ciencias Exactas y dejó en el último curso la carrera de Arquitectura antes de consagrarse en cuerpo y alma al mundo del celuloide (y a la halterofilia, deporte en el que se proclamó campeón de España en 1958). Hijo de peletero, de niño iba al cine los fines de semana con su madre y se hizo amigo de un acomodador que le dejó sentarse, sin acompañamiento paterno, a una proyección de Frankenstein.
En febrero de 2008, en una entrevista para la revista AISGE Actúa, declaró: “La primera película de terror que yo vi fue una apta para todos los públicos, Blancanieves. Tendría unos seis años y me dio tanto miedo la bruja que me hice pis en los pantalones”.
En esa misma entrevista explicó su fascinación por los hombres lobo. “Me identifico en todo con su figura. Es un marginado, un antihéroe, un hombre perseguido. Sabe que su amor es un amor perdido, sin ninguna posibilidad. Yo también soy un antihéroe. A mí no me interesan los oropeles, sino contar historias”.