El western surge en los albores del cine mudo americano casi al mismo tiempo que el propio cine. Es de algún modo la forma de expresión de una épica de la que el joven país del otro lado del Atlántico carecía
No es de extrañar pues que desde sus orígenes el western se convierta en uno de los géneros favoritos del público que acudía a los nickelodeones en busca de evasión, llegando a conformarse como una industria paralela, algo que el avispado Thomas H. Ince -uno de los padres de la «industria del Oeste»-, supo explotar convenientemente a lo largo de cientos de mediometrajes de bajo presupuesto hasta el día de su muerte acaecida.
Por cierto, en extrañas circunstancias en el yate de William Randolph Hearst, magnate de las comunicaciones. Por cierto, fue Hearst el personaje que inspiró a Orson Welles la figura de Charles Foster Kane, protagonista de ese monumento cinematográfico que es El ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941).
La mayoría de directores de Hollywood, grandes y pequeños, han dejado su testimonio dentro del género. Algunos de ellos como John Ford desde su Caballo de hierro (Iron Horse, 1924) hasta El último combate (The Cheyenne autumn, 1964) -su antepenúltimo film y último western de su dilatada carrera-, llevaron al género a sus más altas cotas y junto a él los pesos pesados de la época dorada del cine del Oeste, Raoul Walsh, John Sturges, William A.Wellman, incluso John Huston, y un largo etcétera que voy a obviar por no extenderme innecesariamente.
Si los grandes directores se adentraron en el género también las grandes estrellas de la pantalla calzaron sus botas de media caña y empuñaron sus revólveres dejando su huella en las praderas de Wyoming o en los desiertos de Nevada.
No existe ningún gran actor que no haya interpretado su correspondiente western, desde Clark Gable a John Wayne, desde James Stewart hasta Steve MacQueen, desde Paul Newman hasta Henry Fonda nos han mostrado sus rostros bajo las alas anchas de sus sombreros de cowboy.
Y es precisamente Henry Fonda, actor fetiche del citado John Ford a cuyas órdenes interpretaría los más variados papeles, como el de Tom Joad, el granjero «oakie» en Las uvas de la ira (The grapes of wrath, 1940) sacudido por los avatares de la depresión del 29, o como el valeroso teniente Doug en Escala en Hawai (Mister Roberts, 1955), uno de los sempiternos héroes del género.
Sin abandonar la «galaxia Ford» nos vemos obligados a recordar sus papeles a las órdenes del genial director en cintas tan emblemáticas como La pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946) encarnando la figura del marshall Wyatt Earp en una de las primeras versiones del mítico duelo en el OK corral de la ciudad de Tombstone.
Esta historia enfrentó a los hermanos Earp con la banda de los Clanton y que fue llevado a la pantalla posteriormente en numerosas ocasiones, o al antipático teniente coronel Owen Thursday en Fort Apache (Id. 1948), un militar empeñado en aplicar la disciplina aún en las condiciones en las que el sentido común no lo aconseja, lo que sería la causa de su muerte a manos de los indios.
Si el binomio Ford/Fonda funcionaba a las mil maravillas fue por el respeto que el director, no demasiado proclive a manifestarlo, sentía por Fonda.
No hemos de olvidar que el gran actor se movía dentro del western -y en general frente a la pantalla- como pez en el agua capaz de abordar dentro de género incluso registros de antihéroe como en el caso del «malo» en Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il west, 1968) de Sergio Leone o del poco escrupuloso alcaide Woodward W. Lopeman en El día de los tramposos (There was a crooked man, 1970) de Joseph L. Mankiewicz que por cierto, si no me equivoco, fue su única cinta ambientada en el Oeste.
Valga todo este largo preámbulo para anunciar la aparición de dos nuevos westerns con Henry Fonda como protagonista que acaban de aparecer el la colección Impulso/Fox
Cronológicamente el primero de ellos La venganza de Frank James (The return of Frank James, 1940) de Fritz Lang, es una rara joya del período americano del gran realizador austríaco, uno de los padres del expresionismo alemán que, tras su «voluntario» exilio de la Alemania nazi, dejó excelentes muestras de su inconmensurable arte en los EE.UU.
Fue precisamente una conversación con el doctor Joseph Goebbels, ministro de propaganda del III Reich, que le hizo salir pitando de Alemania. En su segunda película americana Sólo se vive una vez (You only live once, 1937), Lang escogió a Henry Fonda para el papel del fugitivo Eddie Taylor.
Quedando, según parece, muy satisfecho de su labor delante de las cámaras, de modo que no tuvo inconveniente en encasquetarle un sombrero de ala ancha para que encarnase el papel del hermano de uno de los míticos asaltantes de bancos y ferrocarriles de la historia del Oeste, nada menos de Jesse James, cobardemente asesinado en su casa por uno de los antiguos miembros de su banda. Al enterarse de su muerte Frank decide acabar con los asesinos de su hermano -uno de ellos el mismísimo John Carradine, actor justamente aclamado en el Hollywood de la época-.
La cinta se ve con agrado y nos permite admirar la camaleónica faceta de Lang, capaz de adaptarse a cualquier género sin perder el rumbo. También podremos disfrutar de la presencia de la guapísima Gene Tierney, cuya mirada llenaba -y continúa llenando- la pantalla haciéndonos perder el tino.
El segundo, Incidente en Ox Bow (The Ox-Bow incident, 1943) del citado William A. Wellman, un director que Ford -¡otra vez Ford!- admiraba, es un film tenso y duro que nos plantea el análisis del gregarismo en el comportamiento humano. Basándose en una serie de indicios meramente circunstanciales, un grupo de cowboys forman una patrulla de persecución para tomarse la justicia por su mano ahorcando a unos inocentes culpados de haber dado muerte a un ranchero de la región.
Wellman denuncia aquí la razón de la sinrazón y la fuerza bruta. La realización es ejemplar y se apoya en una excelente fotografía de Arthur C. Miller que se recrea en los paisajes con unas excelentes tomas encuadradas con estupendo oficio.
En la película encontraremos a Anthony Quinn en su eterno papel de mexicano marrullero y a un jovencísimo Dana Andrews justo un año antes de su gran papel como teniente Mark McPherson en esa obra maestra que es Laura (Id. 1944) de Otto Preminger, también con Gene Tierney como protagonista femenina de lujo.
Hay que señalar que Incidente en Ox Bow narrativamente es una cinta cerrada, la escena inicial nos muestra a los vaqueros llegando al pueblo y en la última comprobamos cómo abandonan el pueblo por la misma calle.
Desde el punto de vista técnico ambos DVD´s cuentan con las mismas prestaciones. Pantalla en 4:3 adecuada al formato cinematográfico de 1.33:1 y sonido Dolby Digital 2.0. Los extras son de risa: unas pequeñas biofilmografías que no esclarecen nada.
Mejor consultar en el IMDB… y es una pena porque los aficionados al cine clásico quedaríamos muy agradecidos de cuanta información suplementaria nos aporten esas por otra parte, imprescindibles ediciones.